Monthly Archives: December 2014

Hernán Peraza casi murió vestido de mujer

sofiagarajonay

Justamente había sacado mis pies del agua. Todavía me acuerdo lo fría que era. Hace diez años y estabas en mi barriga, entonces pensé que te íbamos a llamar Ithaysa. La foto está hecha en Garajonay. En el bosque de laurisilva dónde las montañas paran las nubes y se forma lluvia horizontal. Cuando tu padre me hizo esa foto sentada encima de troncos de madera sobre el agua y con rocas en el fondo era la primera vez que estaba en La Gomera. Me acuerdo que estaba muy feliz, que me parecía una isla mágica, preciosa. Pensé mucho en ti, y en la suerte que tenías que ibas a crecer en aquel paraíso. Todo era nuevo. No sabía nada de Canarias. Me acuerdo que tu padre tenía una camisa azul donde ponía “La Graciosa” con letras blancas pequeñas. Pensé que se lo había regalado una amiga que le llamaban así porque era muy graciosa. No sabía que hay una isla con ese nombre. Cuando estaba contigo en mi barriga en el bosque de Garajonay con el agua fría y los árboles verdes y la humedad fresquita no había oído de los Sucesos de Hermigua, no sabía quién era Hernán Peraza.

Hernán Peraza casi murió vestido de mujer. Iballa, su amante, había escuchado como se acercaban a la cueva. Se puso muy nerviosa, en palabras de José Viera y Clavijo dijo: ¡Toma al punto mis vestidos y sal disfrazado de mujer, para que no te conozcan! Parece que lo hizo, se vistió con la ropa de su amante para intentar escapar de la furia. Pero en la puerta gritó una señora mayor que era él quien iba a salir, que no le dejara escapar. Volvió dentro de la cueva para no morir en traje de mujer.

La Gomera nunca fue conquistada. Los gomeros habían vivido juntos con los castellanos bajo un tratado de amistad durante años, parece ser que la mayoría de ellos eran ya bautizados e iban a la iglesia. Pero todo cambió cuando llegó Hernán Peraza el Joven al poder. Era un conquistador de los de verdad, con su propia ley, violenta, la de la noche, de la sombra. Era de los que siempre está muy por encima de la otra ley, la ley mundana, la de los plebeyos. Era de los que no les importan usar su pueblo como esclavo para sus propios fines, acumular sus propias riquezas, castigándolo duramente si se opone. De los que no pueden morir vestidos de mujer. Los gomeros siempre han tenido la fama de ser difíciles de someter: no pudiendo acostumbrarse estos intrépidos isleños a soportar el yugo de la dominación arbitraria de aquel joven, escribió Viera y Clavijo sobre Hernán Peraza. Hubo en la Gomera algo parecido a un movimiento de protesta, una manifestación, contra el Conquistador. Parece que los gomeros se habían juntado y le habían bloqueado el camino hacia el centro de la isla. Hernán Peraza pidió ayuda a Pedro de Vera, el conquistador de Gran Canaria, que tampoco era conocido por tener escrúpulos. Vino, según Carlos Müller en su libro en alemán sobre las islas canarias, Die kanarischen Inseln- reisen durch die Zeit, con solamente 100 hombres pero con dos grandes barcos. ¿Por qué dos barcos? Hernán Peraza no lo había tenido fácil coger a gomeros como esclavos y venderlos en Europa, que era la ganancia verdadera de la Conquista de las Islas Canarias. Como eran bautizados y nuevos cristianos la iglesia no se lo permitía. Lo había intentado pero los Reyes Católicos se habían enfadado con él. ¡Ahora, gracias a la sublevación, había, según Müller, encontrado el hueco jurídico para hacerlo! Al querer seguir sus vidas como pastores y negarse matarse en sus plantaciones los gomeros no solamente desobedecieron a él mismo, y a la corona, sino por ende al Dios cristiano. Como castigo por protestar y hacer una manifestación ya se les podía coger y mandar como esclavos a Europa.

Lo ocurrido no cambió nada. Ni el conde se hizo menos autoritario, ni los gomeros más sumisos. Cuando el Conquistador salvador se retiró a Gran Canaria con sus soldados, y más de 200 prisioneros gomeros entre hombres, mujeres y niños, volvió Hernán Peraza, escribe Viera y Clavijo, a tratar sus vasallos con tanta tiranía, que aun las personas que le eran más afectas le abandonaron. Siguió así hasta el día en que se vistió con la ropa de su amante y luego se la volvió a quitar para no arriesgarse morir en prendas de mujer. Después vino otra vez Pedro de Vera de Gran Canaria. Él y Beatriz de Bobadilla, la viuda, ordenaron a todos los gomeros a asistir a la iglesia para el funeral. El que no viniera sería visto como traidor y cómplice del asesinato de Hernán Peraza. Según Viera y Clavijo acudieron casi todos los vecinos de la isla, asegurados de su inocencia y de la palabra del gobernador. Cuando llegaron a la iglesia los castellanos cogieron, maniataron y luego mataron alrededor de 500 hombres. 700-800 mujeres y niños fueron mandados como esclavos a Europa. Se abrió un proceso juridicial en la Península contra Beatriz de Bobadilla por la matanza y venta de esclavos de tantos gomeros inocentes, pero el proceso se alargó en el tiempo hasta final se olvidó de él y se canceló.

Después de los Conquistadores vinieron los Caciques. Los nuevos señores de la isla. Eran muchas veces de las mismas familias que los Conquistadores. Seguían acumulando sus riquezas personales, seguían sin pensar en “su isla” como otra cosa que “su isla”, a su disposición y a su servicio. Ya no se podía vender a nadie como esclavo a Europa pero siempre intentaban impedir cualquier organización de sus obreros para que todo sigua igual y no haya cambios en la situación de dominio y poder, la diferencia enorme de las grandes casas y fiestas y comidas de gala que tenían ellos, y la pobreza total de los obreros que luchaban y trabajaban duro para sobrevivir. Así hasta entrando ya en el Siglo XX cuando pasaron los Sucesos de Hermigua.

El 22 de marzo de 1933 se convoca una huelga general para protestar contra que por presiones de los caciques no dejan a nadie que está en un sindicato trabajar en una carretera. Grupos cada vez más grande de trabajadores y sus mujeres e hijos salen a la calle en una manifestación. Hacen una barrera en la carretera, mujeres gritan a un cabo que no siga: ¡No traiga más guardias, que solo queremos el pan de nuestros hijos! La ira y la desesperación va escalando y algunos tiran piedras y pegan con palos al camión del cabo. El cabo da órdenes de disparar, ¡Fuego!, y dispara a la multitud que se acerca para quitarles las armas. La rabia les enciende aún más y terminan por matar a un guardia. También muere el cabo. Y varios de los obreros. Cinco personas de los manifestantes son como consecuencia de los sucesos sangrientos condenadas a muerte pero luego absueltas por la Ley de Amnistía durante la República 1936. Estos cinco fueron todos entre los “desaparecidos” de Canarias después de la toma de poder de los fascistas unos meses más tarde el mismo año.

Cuando acababa de sacar mis pies del agua fría de Garajonay y tu padre me hizo la foto contigo en mi barriga no sabía que diez años más tarde ese pasado tan, tan remoto, que entonces ni siquiera conocía, ahora me parece de repente algo menos lejano. No sabía que después de diez años de descubrimientos y de curiosidad y amor de repente iba a pensar que a lo mejor estas islas podría no ser lo mejor para ti. Que la Ley de la noche y la sombra todavía está aquí. O volvió otra vez. Que podría llegar a plantearme alguna vez la posibilidad de hacer las maletas e ir a mi país frio del norte aunque hemos estado y estamos tan felices aquí. No sabía cuando estaba en el bosque verde de laurisilva y de roques contigo en mi barriga que iba a temer cosas para tu futuro que yo siempre toda mi vida las había dado por hecho. No sabía que iba a pensar que quizá aquí no tendrás posibilidades de seguir tus sueños. O pensar por ti misma. O ni siquiera salir a la calle a protestar cuando vulneran tus derechos.

Dice Yeray Rodriguez que la dignidad se pierde una vez solo. No la deberíamos perder ahora. Todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo otra vez. Todavía podemos volver a la Gomera. Todavía podemos entrar entre los roques en el bosque de laurisilva dónde la lluvia es horizontal, todavía podemos meter los pies en el agua.

Sofia Feith

El lago y la nieve

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El cuerpo tiene, según el sociólogo Bryan S. Turner, un gran papel simbólico y histórico, en el se puede ver reflejados importantes problemas políticos y personales de una sociedad. En cierto modo lo sabes. Sabes que ella quiere decir algo. Y que es importante. Algo que se puede leer en su cuerpo, en sus jerseys de mangas largas.

En la ventana de la cocina hay velas de verdad en un candelabro y una lámpara colgada cubierta por una tela azul. Está sentada en el sofá de madera. Se pone los zapatos. La máquina de café y el lavavajillas hacen ruido, el perro se mueve encima de la alfombra. Se levanta del sofá y sale al pasillo. Escuchas como se pone la chaqueta. No preguntas dónde va y no te lo dice. La puerta se abre y luego, enseguida, se cierra. A través de la ventana de la cocina la ves andar en la nieve que le llega a por encima de las rodillas. No tiene guantes ni gorra. Su pelo está despeinado y las manos están dentro de las mangas. Te da una pequeña sensación de dolor en el pecho cuando la ves allí en la nieve. Es tan delgada y pequeña, parece que se pueda romper si hiciera un poco de viento ahora. Quieres cogerla en tus brazos, darle calor. Ojala, piensas, pudieras entrar con ella en el gran edificio gris para que pueda esconderse por detrás de tus piernas como hacía cuando era pequeña, su mano chiquitita fría y sudada. Quisieras apretarla fuerte, allí, en el edificio gris, cuando acierte, ¡ya ves, que bien lo haces!, y aún más cuando se equivoca. Decirle que no sea tan dura con ella misma, que tiene que intentar ser feliz, que jamás has pedido nada más. Quieres exprimir las vueltas al lago y la nieve, las bolas de papel y las mangas que cubren los nudillos, el único sitio en su cuerpo dónde se lo podría leer. Quisieras rellenar el hueco que tiene en la barriga donde entran los insectos. La llevarías delante del espejo del pasillo. Si pudieras daría tu casa y tu trabajo y todo lo que has conseguido por volver a verla mirarse allí y sonreír y cantar y bailar, no querer irse, como hacía cuando era pequeña y su mano era un micrófono, antes de empezar a esconderla por debajo de mangas largas de jerseys. Quieres decirle que es preciosa, que es lista, que es la piba más graciosa que conoces. Que es maravillosa. Decirle que esperas que un día, algún día, pueda volver a ver lo que tú todavía ves.

En vez de eso: silencio. Las palabras no te salen, tus manos están como piedras. El hueco que intenta rellenar, y luego vaciar, es demasiado grande, demasiado infectado, demasiado abierto. Te da miedo hacerlo mal. No sabrías que decir para curarla (no sabrías si vaciarla, o llenarla). Te da angustia que la puedas perder para siempre. A lo mejor no lo tiene tan mal, piensas. Tiene todavía muy buenas notas, aunque es la que menos va, tiene todavía muchos amigos, aunque ya casi nunca los ve, tiene todavía novio, aunque ella nunca es la que llama. La llaman, la tiran, como tú. Pero se esconde, se va al lago, inventa historias. Cuando están ustedes dos solas, en silencio- si no lo pronuncian, si nunca lo pronuncian– y tiene sus jerseys grandes con mangas largas es casi como si no existiera. Entra de nuevo por la puerta. La nariz está roja y los ojos están húmedos, tienen un brillo como a fiebre. Las partes bajas de los vaqueros están mojadas y oscuras. No dice nada, va directamente al baño. Tiras el café que ya se enfrió en el fregadero y pones tu taza en el lavavajillas, tu mano tiembla un poco. El corazón late rápido, como si estuvieras corriendo. No has abierto el tarro de galletas que pusiste encima de la mesa, tampoco la revista de moda. Has estado mirando la nieve y la oscuridad fuera. Olvidaste tomar tu café. Sale del baño y va a la escalera a su habitación arriba. No preguntas dónde ha estado. La ves volver a irse con sus pantalones mojados y el jersey grande. Ves que está sucio, hay algunas manchas marrones por la barriga. Piensas que la estás perdiendo.
“¡Ese jersey no te lo pongas otra vez mañana, oíste!” dices por detrás de ella. Ese jersey no te lo pongas otra vez mañana, oíste. Eso es lo que al final dices. Murmura algo que no puedes captar. Oyes la madera crujir y pasos, su puerta que se cierra. Luego el lavavajillas, el perro que se mueve en el suelo encima de la alfombra.

No sabes que suele parar un momento cerca de la casa. Para entre los árboles y su aliento está allí como humo en el aire frio. Se suele girar y buscarte con la mirada, intenta encontrarte en las ventanas. No sabes que la luz de tu cocina, las velas, la lámpara con tela azul, para ella es la más calurosa del mundo. La tira, llama. No sabes que piensa que ojala pudiera volver y sentarse a tu lado en el sofá, sentir el calor de tu cuerpo y tu olor a cigarros y el champú que siempre usas que para ella huele a flores y primavera. No sabes que lucha allí en el frio en la oscuridad entre los árboles, y luego al lado del lago. Lucha contra algo grande, abstracto, que no lo entiende y no le puede poner nombre, un hueco negro, una fuerza fría en la barriga. Lo pegajoso que la presiona y tira. Es tan fuerte que sueña con el lago por las noches: está en el por debajo del hielo. El agua está fría y sucia. Intenta ir hacia arriba pero no puede. No puede ver la superficie porque el agua se ha vuelto turbia por mover sus pies en el fondo. También sueña con formas: en el sueño es una forma. Es grande y redonda y quiere estar vacía. Intenta vaciarse pero siempre está llena. No sabes cuánto quiere ganar, cuánto quiere gritar, volver, correr hacía tu ventana con luz calurosa. Pero no puede. Algo le impide. No sabes que está allí fuera mirando hacía la casa amarilla de madera. No sabes que lucha (la chica con el micrófono, la sonrisa orgullosa en el espejo) y que siempre pierde contra lo negro, la nieve y el lago, el hielo que la presiona y la hace fría y pequeña aunque se ve tan enorme. No sabes que te busca en las ventanas de candelabros con velas vivas y la lámpara con la tela azul encima.

El lavavajillas terminó y has puesto ropa en la secadora. Cuando vas a apagar las luces de la ventana de la cocina ves las profundas huellas de ella en la nieve. Aprietas la rebeca más cerca del cuerpo. Han dicho que esa noche va a nevar de nuevo.

Sofia Feith

Tindaya: Monumento a la intolerancia

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En montaña Quemada, a unos pocos kilómetros de Tindaya, hay un monumento a Miguel de Unamuno. Cuando vió esa montaña con su tierra negra alrededor, tierra, tierra, nada más que tierra, dijo que sería un buen sitio para ser enterrado. Pero las Islas Canarias son poca tierra. Son cielo y mar. Hay una leyenda de los guirres que dice que cuando se sienten la llegada de su muerte se elevan en ese cielo hasta desvanecerse en el aire para luego renacer. Dice la tradición oral que el guirre fue un ave sagrado entre los majos. Los majos eran los antiguos habitantes de Fuerteventura. Dicen que los espíritus de sus antepasados flotaban en el aire encima del mar y que venían a dar aviso cuando les llamaban. Hay los que creen que los grabados de siluetas de pies en Tindaya son símbolos de ellos, los espiritus de los antepasados, y su presencia en la montaña sagrada. Ahora los guirres están bajo la amenaza de desaparecer para siempre. También lo están los grabados de siluetas de pies en Tindaya a poco kilómetros de donde Unamuno dijo que era un buen sitio para ser enterrado.

A diferencia de otras partes del mundo, donde viven en medio de su naturaleza, entran en ella y se siente parte de algo más grande, nosotros en Occidente hemos visto al mundo con distancia y como posible de dividir en distintos objetos, con líneas rectas y reglas y formulas claras y categorías para todo. Cuando los indígenas americanos hacen sus postes de tótem con cuidado y amor dicen que no solamente esculpen un trozo de madera, sino se ponen en contacto con sus espíritus. Estos artesanos tienen un conocimiento inmenso, silencioso, un sentir que no se puede describir con palabras o números. Los europeos que llegaron a América no lo sabían apreciar, ni siquiera lo intentaron. Habían decidido que la gente allí era diferente y por eso inferior, barbaros, con menos cultura, y desde luego no la correcta. No intentaron entender la rica herencia de todos los distintos pueblos que querían a sus ríos y sus bosques y tenían los animales como sus hermanos. Les iban sometiendo haciéndoles inferiores, extranjeros, “Indios”, en las mismas tierras donde habían nacido y crecido. También lo hicieron en las Islas Canarias. La diferencia es que en Canarias no superó la cultura ni el idioma el derrame de sangre y la opresión y el miedo de la Inquisición que siguió. Una ruptura cultural de ese tamaño tiene que haber sido algo épico, grande y muy violento, escribe el historiador y arqueólogo Antonio Tejera Gaspar en su libro” La religión de los Guanches”: solamente la desintegración sistemática de las unidades familiares o la eliminación física de la mayor parte puede explicar que la lengua desparezca en apenas un siglo. Los Conquistadores cogieron niños de sus madres y los repartieron entre ellos mismos para “educarlos bien” en la nueva cultura y la nueva religión. Iban primero escondiendo y luego olvidando sus antepasados. Lo que queda son leyendas y palabras sueltas y restos de cerámica y huesos. Y algunos de sus roques y montañas sagradas con grabados de imágenes y símbolos que ya nadie entiende.

Nuestro espacio no es solamente mar y árboles y montañas, tiene siempre algo de simbólico. En él se puede ver nuestros sentimientos y nuestros valores hacía lo que nos rodea. Y aunque aquí muchos luchan por ella la naturaleza está en peligro. La amenaza habla, grita, de valores cuando se pone los intereses de una “entidad” gigante y fugaz sin rostro- de “alguien”, no sabemos muy bien de quien- delante del futuro de nosotros, de nuestros hijos, delante de unas islas que fueron un paraíso y que ya no lo son. Casi no queda nada del gran bosque de Doramas en la isla de Gran Canaria que empezaron talar los castellanos después de la conquista. Qué hiciste de tu barbusano? escribió José Viera y Clavijo en el siglo XVIII. Tu palo blanco, que gusano aleve le consumió? Y ahora viene un gigante sin rostro, ni siquiera del mundo físico, un juego abstracto, una apuesta flotando encima del mar, de muchos mares, una mancha negra pegajosa que se acerca a la costa y apesta y ensucia y mata lo vivo. Habla- otra vez- de nuestros valores como sociedad. Habla de nosotros. Habla de dinero y negocios y la ambición personal, de la corrupción y la avaricia, de pensar como un conquistador: robar, saquear lo que se pueda. El gusano, la mancha negra. Los edificios que se multiplican.

He leído que quería consagrar el espíritu en Tindaya, la montaña sagrada de los majos. Quería poner un enorme cubo vacío dentro, hacerlo un espacio monumental en negativo. La idea de Eduardo Chillida era que cuando alguien entrara en ese cubo de 50 por 50 por 50 metros sintiera en el silencio y en el vacío la pequeñez humana, de lo pequeño e insignificantes que realmente somos. Eso le iba a hacer reflexionar sobre lo esencial y la tolerancia. No sabemos qué significaban para los majos los podomorfos encontrados. Y solamente por eso, porque no lo sabemos, no deberíamos dejarlo hacer. Es bastante probable que tuvieran que ver con símbolos en forma de huellas de sus antepasados sagrados, de un dios, o con ritos de purificación del lugar, de librarse de seres malvados, de protección, de declararlo un espacio sagrado. Y entonces: ¿sacar la piedra, hacer un cubo grandísimo con líneas rectas exactas en medio, no solamente tocando sino vaciando lo más sagrado que queda de una cultura, arriesgando que también se destruyan estos últimos restos de una forma de vivir brutalmente aniquilada, para pensar en la tolerancia no sería como mínimo paradójico? ¿No sería simbólico de nuestra cultura imponiendo sus líneas rectas dentro de naturaleza protegida y lo más sagrado de otra? Sería más bien una obra de arte para reflexionar sobre la intolerancia, que casi es lo mismo pero no es igual. Podría hacernos reflexionar sobre la soberbia, sobre ponerse encima de otros y solamente pensar en saquear para uno mismo lo que debería ser de todos, lo que debería ser una herencia para el futuro. Vamos: una obra de arte para reflexionar sobre el egoísmo y lo corrupto. Podríamos llamarla, no sé, por ejemplo, Caso Tindaya.

Pero si intentamos sentir, através de la naturaleza, el arte, la generosidad, el amor, que somos parte de algo más grande, nada más, a lo mejor podríamos entender la importancia que tenían los espíritus para los majos cuando subían la montaña Tindaya y para los indigenas americanos cuando hacían sus postes de tótem. En Canarias se decía antes de la Conquista que se podía ver los espiritus de los antepasados ciertos días como nubecitas en la orilla del mar. A lo mejor si se mira fijamente al agua uno de esos días se los puede ver. Si todavía siguen por allí. Si no es que lo que se ve es un barco perforador y una gran mancha negra, claro.

Sofia Feith